Marqueríe frecuentaba la tertulia literaria de La Ballena Alegre, que se reunía en el sótano del café Lion, centro de confluencia de personajes culturales y políticos muchas veces antagónicos. Curiosamente, en la primera planta de este local, sito en el número 59 de la madrileña calle de Alcalá, tenían su tertulia las gentes de la generación del 27, mientras que en el mencionado sótano, decorado con frescos del pintor Hipólito Hidalgo de Caviedes, se reunían jóvenes literatos de orientación falangista, incluido el mismo fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera; entre otros, solían conversar al amparo del jovial cetáceo: Víctor de la Serna, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Rafael Sánchez Mazas, Eugenio Montes y José María Alfaro.
Guerra Civil
Al estallar la guerra estaba en Madrid:
El mismo día 18 de julio de 1936, burlando las prohibiciones de la censura, publiqué un artículo en Informaciones con mi firma en el que combatía acerbamente el marxismo y anunciaba «el nuevo amanecer de España». !Eso el mismo día 18 de julio! Fue mi sentencia de muerte. Las milicias rojas recibieron orden de detener al escritor «fachista»; se incautaron de mi casa y me buscaron por todo Madrid. El diario comunista Mundo obrero -del día 31 de julio-, en un suelto publicado en primera plana, excitó el celo de las brigadas rojas para que buscaran a Marqueríe «donde quiera que se haye oculto y le exterminen y aplasten». Padecí durante un mes -!qué treinta días y qué treinta noches!- esta «amable» persecución. Cuando mi último escondite fue descubierto y parecían agotadas todas las posibilidades de salvación, manos generosas y amigas -!inolvidables!- se interpusieron entre «la «pieza» y sus «ojeadores». Me fueron abiertas las puertas de una Legación, donde permanecí hasta el 9 de mayo de 1937, en que fui evacuado a Valencia bajo la protección de pabellón extranjero. En el puerto de esta ciudad, y a punto de embarcar en la lancha del destroyer «Tucumán», en el muelle, al borde ya del agua, las «autoridades» rojas prohibieron mi salida y ordenaron mi detención. Pude burlar la vigilancia de los milicianos del puerto y me metí en la lancha del buque de guerra argentino. Ya en el mar, el comandante de aquel buque -!Dios se lo pague!- no accedió a las pretensiones de los que reclamaban mi entrega. Y a bordo del «Tucumán», como tantos otros españoles rescatados, suspiré dichoso. Desembarqué en Marsella luego, y sin pérdida de tiempo me trasladé a la España Nacional.
Los rojos expoliaron absolutamente sus papeles de 7 años de trabajo (1929-1936), lo que lament{o toda su vida. Entre otros proyectos, estaba pensando (con ilusión y mimo) en publicar 2 tomos de crítica literaria que quedaron destruidos. No parece que fueran recopilaciones de Informaciones, ya que se perdieron.
Una vez en España, asistió como cronista a la campaña del Norte. El general Solchaga condecoró con la insignia de las brigadas de Navarra a Francisco Lucientes, José Campúa y Alfredo Marqueríe, los tres fueron los primeros periodistas que «asaltaron» el Cuartel General Nacional. Se asienta en San Sebastián donde colabora como periodista en la prensa nacional: Unidad, Vértice, Fotos, Domingo…
Publica el poema «Elegía a las ruinas de la Ciudad Universitaria», incluido en el especial de Vértice dedicado al Ejército, traducido a varios idiomas 5. Actúa en festivales de exaltación nacional y de agasajo a los combatientes. En el semanario Domingo divulga reportajes sobre la vida en la zona roja. En este momento prepara un libro titulado Madrid hecho pedazos, que no conozco.
Tánger (octubre 1938-mayo de 1939)
A finales de 1937 el periodista Gregorio Corrochano hizo un viaje desde Tetuán hasta San Sebastián para contratar a Marqueríe y a Tomás Borrás como redactores del nuevo diario España (Tánger, octubre 1938), de Tánger, auspiciado y financiado por Juan Beigbeder, Alto Comisario en Tetuán y luego Ministro de Asuntos Exteriores en el primer Gobierno del Caudillo. El matrimonio Marqueríe se traslada primero a Tetuán y después a Tánger, donde él trabaja en la agencia Sagitario y ambos colaboran en el ya citado diario España.
En San Sebastián pasó el resto de la contienda colaborando, como militante falangista, en revistas como Vértice, Fotos, Domingo y Unidad, y aportando poemas al volumen Lira bélica. Antología de los poetas y la guerra (1939), coordinado por Jesús Sanz y Díaz y publicado por editorial Santarén, donde aparecían otras firmas de escritores cercanos al bando rebelde (Foxá, José María Pemán, Manuel Machado, Eduardo Marquina…).