Circo

El misterio del circo (Madrid, La Novela Actual, 1943)

En 1943 alcanzó bastante popularidad después de realizar una entrevista radiofónica en directo, para Radio Madrid, al domador de fieras Dola dentro de la jaula de los leones, leonas al parecer en este caso. Fue durante una gala benéfica celebrada en el Circo Price –que estaba donde hoy se alza el Ministerio de Cultura– a beneficio de las viudas y huérfanos de periodistas; en dicha función, también tuvo que aguantar, inmóvil y pegado a una tabla, que un denominado sobrino de Búfalo Bill lanzara y clavara a su alrededor ocho puntiagudísimos cuchillos. Después de los bombardeos en Berlín, sus crónicas en los frentes europeos como corresponsal de guerra y su entrevista a Goebbels eso le debió de parecer pan comido.

Alfredo Marqueríe y Santiago Córdoba en la jaula de los leones del Circo Americano. (Procedencia: CDAEM).

La experiencia, émula de alguna de las originales conferencias pronunciadas por Ramón Gómez de la Serna desde lugares inverosímiles, como a lomos de un elefante o desde un trapecio, le sirvió para titular un libro, En la jaula de los leones. Memorias y crítica teatral (Madrid, Ediciones Españolas, 1944), que abría con la intrahistoria de esa entrevista y en el que daba amplia noticia y anécdotas de los autores y las obras que había visto en 1942 y 1943.

Poco antes de entrar en la temible jaula, en declaraciones a la Hoja del Lunes de Madrid recogidas en el mencionado volumen, confesaba al entrevistador:

…si yo le dijera a usted que algunos días entro en el patio de butacas de los teatros de Madrid con mucho más miedo que el que me figuro que voy a tener esta noche cuando se abra para mí esa puerta, que puede ser la de la eternidad, no le mentiría.

Y subrayaba entre los terribles peligros del oficio del crítico:

Amigos a quienes hay que decir cuatro verdades cuando estrenan y que, claro, no nos perdonan ya nunca; cómicos a los que hay que censurar, y que luego le ponen a uno en el café o en la calle los más aviesos y torvos ojos […]; empresarios que dicen de uno todas las pestes imaginables, y entre otras, no olvidan aquello –aún a sabiendas de que es falso– de que “hemos pretendido estrenar en su teatro y por no lograrlo mojamos en veneno nuestra pluma al enjuiciar a sus autores y a sus comediantes”.

A la pregunta de si creía que algunos espectadores abrigarían la sorda esperanza de que las leonas lo devoraran o, al menos, le dieran un susto mayúsculo, el crítico respondió con ironía:

Sé que hay autores que desde hace días tienen tomadas butacas de primera fila. Algunos malintencionados suponen que llevarán tirachinas para inquietar a las leonas. Pero todo esto es broma. Me consta que las fieras de Dola están alimentadas con todo lujo, y yo, físicamente, valgo tan poca cosa: una pielezuca, unos huesecillos… Total, nada.

Me permitirán que les recuerde que hay referencias sobre actividades circenses de hace unos cinco mil años, pues algunas de ese conjunto de artes diversas se cultivaron en Mesopotamia, Mongolia, China, el antiguo Egipto, la India y la América precolombina; ya en la segunda mitad del siglo XVIII, el jinete Philip Ashley empezó a perfilar unas facciones más parecidas a las contemporáneas. Por este universo maravilloso Marqueríe sintió durante todo su vida una pasión nacida en aquellas funciones de circo benéficas organizadas por su padre y que cristalizaron en una fascinación continuada que compartió con escritores como el ya mencionado Gómez de la Serna y el cineasta y dramaturgo Jaime de Armiñán, autor del precioso volumen Biografía del Circo.

Un mes con el circo (Taurus, 1955)
Narra su experiencia junto a una compañía circense en verano. Del 16 de julio al 15 de agosto de ese año se unió a la troupe del modesto Circo Estambul en su gira por pueblos de La Mancha y, entre la crónica, el documento, el relato literario y el apunte poético, dejó emocionada constancia de lo que vivió, llegando a actuar bajo el seudónimo de “Profesor Ignotus”, vestido de blanco y con un antifaz negro, en un número de prestidigitación y magia que presentaba como “Cinco minutos de ilusión”. En el prólogo del volumen, cuenta cómo llevó a cabo ese viaje tras renunciar a seguir a algunos circos más opulentos, como le habían ofrecido los empresarios Juan Carcellé, y Manuel Feijóo y Arturo Castilla, y describe las especialidades circenses más habituales, desde los payasos y excéntricos a los denominados fenómenos.

Alfredo Marqueríe ante la carpa del modesto Circo Estambul, a cuyo elenco se unió en el verano de 1954 para escribir su libro Un mes con el circo (1955).

Cierra el libro con unos jugosos «Apuntes para la Historia del Circo en Madrid», pero antes incluye un puñado de deliciosos Poemas de la pista, dedicados a los diversos artistas del circo.

el payaso de rostro blanco (“De una ceja sarcástica la negra pincelada / sobre la blanca tez / que tiene de Pierrot la palidez…”)
el augusto (“En el rostro grotesco / la nariz vegetal estrafalaria. Es simiesco y faunesco…”)
los trapecistas (“… De trapecio en trapecio, / de muñeca a muñeca, / van trazando parábolas, escribiendo sin letras…)
la écuyère (“Bailarina sobre grupas / de galopantes corceles, / Pavlowa de cisnes vivos, / brazos desnudos y alegres / y un ajustado corpiño, / donde los senos son leves…”)
la tropa oriental (“Dragones bordados / quimonos de seda, / tácitas pisadas, largas reverencias…”)
los acróbatas (“Luz de antorchas olímpicas / ilumina sus cuerpos, / el músculo en tensión, / el abombado pecho…”)
el ciclista cómico (“Ya está aquí el vagabundo / con su traje de harapos, / con su jersey de rayas / y su rostro tiznado. / Monta en un velocípedo / de tipo extraordinario…”)
el ilusionista (“Unas manos burlonas y engañosas, / un fraque, una sonrisa y una flor. / Nace sin saber cómo, un ruiseñor, / de donde menos se piensa brotan rosas… “)
malabares (“Mazas en el aire, / pelotas que giran , juegos malabares. / Prodigio difícil, / flor de lo inestable…”)
el número de fieras (“En la jaula de fieras, / panteras, osos, tigres y leones, / y un olor acre y denso / al que no vencen los fumigadores…”)
saltadores árabes (“Mientras suena el pandero / con redoble constante y la música finge un son de chirimías, / han llegado los árabes / –los bombacho de seda / y morena la carne–…”)
los perros amaestrados (… Fulguran los ojillos, / y la esperanza del terrón de azúcar / humedece los ávidos hocicos…”)
los barristas (“¡Qué gozo el de dar vueltas / sobre la barra horizontal!, sintiendo que las palmas de las manos / pueden hacer girar / el cuerpo como un aspa, y todavía más: / lanzarle como un pájaro / con ansias de volar…”)
el funámbulo (… Alambrista, funámbulo, / soñando que caminas, con andares y cara de sonámbulo…”
el ventrílocuo (“¿De dónde sale tu voz, / de qué pozo de misterio / subes agua de palabras / al brocal helado y pétreo / que son tus dientes cerrados, tus labios sin movimiento?…”).

Marqueríe a lomos de un elefante en una de las muchas funciones circenses benéficas en las que participó. La foto debe de ser de mediados de los 50.

Mariano Tudela: «Alfredo Marqueríe y la literatura circense». Cuadernos Hispanoamericanos, 29, nr. 84, diciembre 1956, pp. 415-416. Reseña de Un mes con el circo (Taurus, 1955):

era escribir algo así como un diario, un reportaje vívido y caliente de las cosas que le suceden a esa inefable y deliciosa grey de la pista bajo el cielo circular de la carpa. […] Alfredo Marqueríe ha sido siempre, de una manera constante y uniforme, un enamorado del circo, un fiel amante del “¡Hop!” final de todos los ejercicios, en donde se conjugan, de una manera gradual, belleza, pintoresquismo y arrogancia. Era previsible, por tanto, el que un día u otro Alfredo Marqueríe nos obsequiara con un libro de este jaez, en donde, a más de relatarnos la siempre sugerente atmósfera circense, nos llevase de la mano por los recovecos de sus poéticos puntos de vista personales sobre la materia con el garbo y la maestría propios de la firma.

Y agregaba que en el libro

se pulsa el latido humano, profesional, pintoresco y variopinto de un modesto circo de pueblo, con sus dificultades, con sus ilusiones, con su abigarrado mundo de artistas multicolores y dispares. El puro reportaje, la simple anécdota, el abierto perfil periodístico se crece con la dimensión literaria del autor, con la honda humanidad que logra impregnar en cada capítulo. En Un mes con el circo, los personajes son absolutamente reales, están arrancados de la crisálida de un pequeño circo ecuestre, que mueve sus engranajes por los polvorientos caminos de los pueblos de España. Marqueríe, al darle viveza y colorido a su interesante reportaje, al insuflarle frescura, lozanía y, sobre todo, la emotiva humanidad de lo vivo, consigue un libro interesante, cordial, necesario.

Caricatura de Ugalde: “Alfredo Marqueríe y Santiago Córdoba en la jaula de los leones del Circo Americano”. ABC, 29 de junio de 1957. (Procedencia: CDAEM).

Conferencia en el Ateneo con un leopardo sobre El Circo (ABC, 1963)

Para cerrar este apartado circense, merece la pena subrayar que, en las memorias que tanto he mencionado ya, consagra un buen puñado de páginas al circo, haciendo muestra de una erudición notable en la materia mientras dedica capítulos a algunos de los artistas que dejaron huella indeleble en sus recuerdos: el gran Charlie Rivel (al que coloca en el “Olimpo inmortal de los grandes que se llamaron, por ejemplo, Grimaldi, Auriol, Little Walter, Antonet, Beby, Fratellini, Rhum, Rico y Álex, Zavatta, Bagensen, Little Tich, Joe Jackson, Tony Grice, Frank Pichel, Ramper, Grock”), los ventrílocuos Balder y Felipe Moreno (primo del fantástico señor Wences), los payasos Eduardini con su troupe de enanos y Popey (“particular y fuera de serie”, en opinión del autor), el estupendo artista de variedades Alady, llamado “el ganso del hongo, el telépata e hipnotista X (capaz de adivinar el pensamiento, pero no de elegir la mujer que le convenía) y el incomparable fakir Daja-Tarto (natural de Cuenca y de apellido real Tortajada, que engullía tan campante, y sin contratiempos para su organismo, vasos, bombillas y hojas de afeitar, aunque luego se le indigestaran las alubias del menú de la pensión donde se alojaba). Y una nota más: en la estela de su admirado Gómez de la Serna, pronunció en el Ateneo de Madrid, en 1963, una conferencia sobre el circo acompañado por un elegante leopardo. Indudablemente, el crítico tenía menos miedo a las fieras salvajes que a cierta fauna teatral.