No me importa esperar: nada impacienta
a este amable Café -sombra y olvido-
ni el vidrio, ni la voz, ni el agrio ruido
con que le ronda la ciudad violenta.
Sobre el mármol de plata macilenta,
en charco de reflejos, se han vertido
jarras y vasos de cristal bruñido
que un tornasol, desnudo, pulimenta.
Los espejos deslíen su liviana
luz partida en bisel de duro hielo.
Surca el reló su pista cotidiana
Y por el vano azul de una ventana
los ojos se me borran en el cielo
olvidados de ayer y de mañana.