Entrevista a Goebbels (1941)

Durante la Segunda Guerra Mundial, fue corresponsal de Informaciones en Berlín y en ese puesto vivió momentos de riesgo, tanto a causa de los bombardeos británicos sobre la capital alemana como por sus desplazamientos para escribir sobre los frentes de Polonia y Rusia. De esta etapa cuenta con humor que el vocabulario fundamental de los periodistas españoles se reducía a nueve palabras: “aktung (‘cuidado’), bitte (‘por favor’), sondermeldung (‘noticia extraordinaria’), verboten (‘prohibido’), verdunkelung (‘oscurecimiento’), gemütlich (‘confortable’ o ‘agradable y acogedor’), kartofel (‘patata’, ingrediente obligado de todas nuestras comidas) y Wilhelmstrasse, que era la calle donde estaba la Cancillería, los Ministerios y el Ausland Club”.

A poco de llegar a Berlín consiguió una de sus más destacadas entrevistas, nada menos que con Joseph Goebbels, el poderoso e inquietante ministro de Propaganda del Reich. Una cita que obtuvo contra todo pronóstico y dejando con un palmo de narices al resto de los veteranos enviados internacionales que estaban allí destacados. Y aún más: según cuenta, el responsable de un poderoso grupo periodístico estadounidense le ofreció una cantidad equivalente al sueldo de diez años por la exclusiva y Marqueríe se negó. “Veo que lo del Quijote era verdad”, asegura que le dijo el norteamericano.

El caso es que envió un cuestionario –no muy extenso pero incisivo sobre el desarrollo de la contienda, su futuro y los países que en ella participaban– al Ministerio de Propaganda y Goebbels se sorprendió tanto por el atrevimiento que quiso saber quién era aquel que pretendía interrogarlo; al enterarse de que era el enviado especial de un periódico español sumamente germanófilo, quiso recibirlo enseguida. Eran las siete de la mañana y el intérprete alemán se mostraba muy temeroso, tanto que necesitó una copa de coñac para templar el ánimo y armarse de valor antes de acudir ante el mandatario, pues temía que si decía algo que no gustara al preboste nazi le enviarían a un campo de concentración.

Así relata Marqueríe en sus memorias el encuentro:

Iba Goebbels vestido de paisano, con un traje gris, un cuello duro y una corbata rayada. La hilera de los jefes nazis que le esperaban se puso rígida. Él se adelantó a saludarme. Estreché su mano, que me apretó con fuerza una y otra vez. Yo no soltaba, ni el ministro tampoco. El saludo se prolongaba demasiado. Recuerdo que pensé: ¿Hasta cuándo va a durar esto…? Al fin noté que el lazo se aflojaba y que Goebbels me invitaba a sentarme frente a él, ante una mesa baja y redonda. […] Pequeño, enjuto, con el rostro atezado donde resaltaban unos ojos enormes, redondos, claros y de acerado magnetismo, tenía una voz contundente y enérgica. La frase rápida, incisiva y precisa, sin una vacilación ni una pausa, el ademán gráfico y contundente… Contestó, sin una sola vacilación a todas las preguntas que le había formulado por escrito y que, claramente se advertía, había estudiado a fondo. Sus respuestas se sucedían con tal prodigalidad, vertidas al castellano rápidamente por el traductor, que agoté el depósito de tinta de la estilográfica y tuve que pedir un lápiz para continuar.

En un momento de la entrevista, Goebbels le señaló un tablero y exclamó que así de lisa y aplastada iban a dejar Londres para que no quedara una casa en pie.

Cuando pronunciaba tales palabras el tono de su voz enronquecía, los ojos se le salían materialmente de las órbitas, y, a través del hieratismo y de la rigidez de los jefes del Ministerio que nos rodeaban, se podía percibir un temblor estremecido, porque aquel hombrecito de los ojos grises que se rascaba el pie por el borde de la bota era verdaderamente un fanático implacable que no se detenía ante nadie ni ante nada.

En honor a la verdad debo declarar que sus respuestas a mis comprometedoras preguntas fueron todo lo inteligentes que cabía esperar en aquellos momentos de 1941, donde imperaba la triunfal euforia germánica.

Claro que estas palabras las escribió Marqueríe treinta años después y, lógicamente, ninguna de esas apreciaciones sobre el todopoderoso mandatario alemán figuran en la entrevista, publicada por Informaciones el 20 de agosto de 1941, con gran repercusión internacional. Un éxito periodístico que al cabo de los años –confiesa en sus memorias– “no me da ni frío ni calor, vamos, que me deja indiferente, porque uno ya está muy por encima de esas vanidades”.

Su firma también figuró en La Codorniz, la legendaria revista de humor “más audaz para el lector más inteligente”, desde su fundación en 1941 y hasta 1950, y, sin salir del ámbito de la prensa de contenido cómico, colaboró desde 1955 en el semanario satírico Don José, suplemento del diario tangerino España. Una muestra más de las múltiples facetas del infatigable escribidor fue cómo su gran afición taurina, heredada sin duda de su padre, lo llevó a escribir sobre la fiesta de los toros, singularmente en la revista El Ruedo –nacida como suplemento del diario deportivo Marca en 1944 y muy pronto semanario independiente, que se publicó hasta 1977– donde tuvo muy buena acogida por parte de los aficionados su sección “Banderillas de fuego” en la que narraba con tan notable acento humorístico como profundos conocimientos taurinos lo acaecido en el coso durante las corridas.

Recorte de su entrevista a Goebbels, publicada por el diario Informaciones el 20 de agosto de 1941.